sábado, 25 de diciembre de 2010

El paso del Mito al Logos

  1. ¿Qué implicaciones pueden observarse en el transe del mito al logos?

EL PASO DEL MITO AL LOGOS.

1 Breve compresión histórica

La filosofía y la ciencia nacen a la vez, en el siglo VI a.de C. en Grecia. Este nacimiento supuso el comienzo de la llamada racionalidad filosófico-científica (conocida como logos) que caracteriza a nuestra cultura. El nacimiento de esta racionalidad suele conocerse con la expresión “el paso del mito al logos”, con la que se quiere indicar el salto que se dio respecto al modelo explicativo de la realidad que predominaba antes de la aparición del logos. A ese modelo explicativo se le llama mito. Curiosamente, tanto mito como logos significan “palabra” o “discurso”. Sin embargo, el mito está más relacionado con los cuentos y es una narración simbólica y alegórica del origen del cosmos, de los dioses y de los seres humanos; el logos está más relacionado con el estudio y es el discurso de la razón acerca de la naturaleza y de la humanidad[1].

1.1 Acepción terminológica

El mito.

Todas las culturas antiguas tienen historias mitológicas que intentan dar respuestas a las grandes preguntas sobre el surgimiento del mundo, etc. Estas historias suelen transmitirse oralmente y no buscan ser verdaderas, tienen una lógica distinta a la de lo verdadero y lo falso. En el caso de la cultura griega, los mitos se dividen en tres grandes bloques[2]:

a) Los que narran el nacimiento del mundo (teogonías)
b) Los que narran historias de dioses.
c) Los que narran historias de héroes.


El logos.

Estas explicaciones comenzaron a ser cuestionadas en el s. VI a. de C. en las colonias griegas de Jonia, Asia menor, probablemente porque el contacto con otras culturas había relativizado la propia opinión acerca de los relatos míticos. En sus circunstancias es normal plantearse que si cada cultura tiene unos mitos diferentes e incluso dentro de la misma cultura se presentan distintas versiones de ellos, en lugar de preguntarse cuál es la versión correcta, tal vez convenga pensar que todos ellos son igualmente falsos.

La explicación filosófico-científica surgió cuando se llegó a esta conclusión, a la vez que se empezó a pensar que los acontecimientos naturales debían explicarse según la necesidad, no según la arbitrariedad de los dioses. Se empezó a pensar que todo sucede de un modo ordenado (cosmos) no arbitrariamente (caos). Así, los primeros filósofos científicos consideraron que tras los cambios aparentes subyace algo que permanece y que se puede conocer. Ellos comenzaron a pensar que el universo y el ser humano, junto con el resto de los seres vivos e inertes, forman un todo ordenado y regido por leyes naturales accesibles al entendimiento humano. El caos se convierte en cosmos.

El logos se caracteriza por situarse en un plano de racionalidad lógica, es decir, sus afirmaciones se pueden constatar o refutar. Es algo compartible por la razón de toda la humanidad, frente al particularismo del logos. El logos es un discurso abierto a la discusión y la crítica, es el intento de no quedarse en la mera superficialidad de los asuntos (sean los que sean).


¿Cómo se dio el paso?

La visión clásica, de W. Nestle, es que este paso se produjo rápidamente: primero estaba el mito y se dio una sustitución por el logos. La realidad se empezó a ver de una manera nueva. Sin embargo, esta visión ha sido muy criticada posteriormente. Actualmente se considera que el paso del mito al logos no se dio de un modo radical, tal vez sólo pueda hablarse de una aparición y asentamiento progresivos del pensamiento filosófico-científico frente a otro modo de explicación de la realidad que aún se mantiene en buena medida.

De hecho, el mito permaneció vivo durante toda la cultura griega. Incluso en Platón, el mito forma parte sustancial de su filosofía: entreverados con su filosofía aparecen continuamente mitos utilizados para explicar lo que no puede explicar con argumentos propiamente racionales. Aristóteles dice que los que creen en mitos son de algún modo filósofos, porque también quieren saber. Tanto Platón como Aristóteles, además, le daban importancia a los sueños. Platón, por ejemplo, cuenta en el Critón cómo Sócrates soñó que moriría tres días después de un sueño; hablando con Critón, un amigo suyo que le dice que lo ajusticiarían dos día después, Sócrates le dice que él cree que será tres días después “-Me fundo en un sueño que he tenido esta noche. -¿Cuál ha sido el sueño?

–Me pareció que una mujer muy bella, de buen aspecto, que llevaba vestidos blancos se acercó a mí, me llamó y me dijo: “Sócrates, al tercer día llegarás a la fértil Ptía5. – Extraño sueño- -A mí me parece muy claro, Critón[3].”



[1] http://paniaguamontero.googlepages.com/Elpasodelmitoallogos.pdf
[2] MORA, J. Ferrater. Diccionario de Filosofía. Barcelona: Editorial Ariel, 1998, p.2422.
[3] http://paniaguamontero.googlepages.com/Elpasodelmitoallogos.pdf. En: PLATÓN, Critón, 44a-b, Gredos, Madrid, 1981.

Filosofía del Lenguaje

"No es que haya un lenguaje lógicamente perfecto, o que nosotros nos creamos aquí y ahora capaces de construir un lenguaje lógicamente perfecto, sino que toda la función del lenguaje consiste en tener significado y sólo cumple esa función satisfactoriamente en la medida en que se aproxima al lenguaje ideal que nosotros postulamos."
(Introducción al Tratactus de Wittgenstein)

La filosofía del lenguaje es una rama de la filosofía que estudia el lenguaje. Es decir, es la filosofía en cuanto estudia fenómenos tales como el significado, la verdad, el uso del lenguaje (también llamado "pragmática"), el aprendizaje y la creación del lenguaje, el entendimiento del lenguaje, el pensamiento, la experiencia, la comunicación, la interpretación y la traducción, desde un punto de vista lingüístico.

Los lingüistas se han centrado, casi siempre, en el análisis del sistema lingüístico, con sus formas, niveles y funciones, mientras que la preocupación de los ‘filósofos del lenguaje’ fue más profunda o abstracta, interesándose por cuestiones tales como las relaciones entre el lenguaje y el mundo, esto es, entre lo lingüístico y lo extralingüístico, o entre el lenguaje y el pensamiento. De los temas preferidos por la filosofía del lenguaje merecen ser destacados el estudio del origen del lenguaje, la simbolización del lenguaje (lenguaje artificial) y, sobre todo, la actividad lingüística en su globalidad, y la semántica en particular, la cual en la ‘filosofía del lenguaje’ aborda las designaciones y la llamada semántica veritativa.
Dos son las concepciones prearistotélicas del lenguaje: naturalismo, y convencionalismo. El naturalismo apuesta por la postura de la mimesis, en la que el lenguaje (componentes lingüísticos y ontológicos) ofrece un reflejo fiel de la realidad, y por tanto constituye un método heurístico para alcanzar el conocimiento de la realidad. El convencionalismo niega una conexión directa de tal forma que la utilización de los nombres es por convención social (nomoi construidos por ethoi). Niega pues la capacidad del lenguaje de ofrecer un reflejo fiel de la realidad.

El significado es un concepto fundamental para la filosofía del lenguaje. El concepto es mirado desde un punto de vista netamente filosófico y a veces psicológico. Por lo general, no se estudia lo que palabras individuales u oraciones puedan significar, cosa para la cual existen los diccionarios y enciclopedias. Así entonces, con respecto al significado, han surgido las siguientes preguntas: ¿cuál es la naturaleza del significado?, ¿qué significa la palabra "significado"?, ¿cuál es la razón por la cual las expresiones tienen los significados que tienen y no otro?, ¿qué expresiones tienen el mismo significado que otras? y ¿por qué?. ¿Cómo es posible componer las oraciones en "todo" con sentido?, ¿tienen las partes de una oración sentido? y ¿cómo pueden los significados de las palabras ser conocidos por los hombres? En una temática parecida, surge el fenómeno de la verdad y su relación con el significado. Más que estudiar qué oraciones son actualmente verdaderas, esta rama de la filosofía estudia qué tipo de significados pueden ser verdaderos o falsos. Así entonces, pueden surgir preguntas tales como: ¿Qué significa que una oración sea verdadera?, ¿Pueden oraciones sin sentido ser verdaderas o falsas?, ¿Pueden ser verdaderas o falsas la oraciones que se refieren a cosas que no existen? y ¿Son las oraciones las que son verdaderas o falsas, o es el uso de estas la que determina su valor de verdad?

La filosofía del lenguaje es parte vital de una filosofía en general, debido a que puede determinar noción de experiencia y la existencia del sujeto, así como también la noción de uno mismo.
A la filosofía no le interesa particularmente el lenguaje como sistema sino su relación con el mundo, con el pensamiento y con la cultura.
El lenguaje es una creación del hombre para entenderse y comunicarse con sus semejantes, utilizado como medio de expresión de sus intenciones, su pensamiento, sus sentimientos y emociones y representa una manifestación de la cultura. Los filósofos no se detienen en el significado de una palabra u oración sino en el sentido que tiene esa expresión, o sea lo que quiere decir y su verdad o falsedad. Casi todos los filósofos de la historia abordaron en algún momento el lenguaje, principalmente los ingleses, investigando su origen y tratando de desentrañar el misterio de los símbolos y la semántica.

El lenguaje expresa significados y una visión del universo; y cada filósofo tiene una forma singular de decir las cosas, creando las expresiones más elocuentes que identifican con mayor exactitud su manera de pensar. Existen de ese modo, expresiones filosóficas que llevan el sello del encuadre filosófico al que pertenecen y que fuera de ese contexto significan otra cosa. El lenguaje se relaciona con la cultura y no es estático sino que tiene el mismo dinamismo de la vida, cambia, crece y hasta puede llegar a morir como muchas lenguas antiguas. Define a una cultura y también la transforma. El lenguaje es el intento de descubrir el mundo interno y la expresión del espíritu. El pensamiento organizado y reflexivo es posible por medio del lenguaje que simbólicamente representa una idea del mundo que nos circunda. El pensamiento crea el lenguaje y el lenguaje hace posible el pensamiento. El hombre crea un discurso e intenta expresar sus ideas y su cosmovisión por medio del lenguaje que es el código de símbolos convencional creado por una cultura con la capacidad de adoptar distintas formas y combinaciones que definen una forma de ser y de pensamiento. Pero nunca el lenguaje podrá expresar con real exactitud una idea, ya que ésta siempre superará al lenguaje hablado; porque no nos alcanzan las palabras para definir nuestro pensamiento con la fidelidad que deseamos; y tampoco las ideas podrán ser interpretadas enteramente por el interlocutor, cuyo entendimiento estará inevitablemente limitado por su propia cosmovisión que es la condición que distorsiona los mensajes que recibe. La comunicación humana es el intento infructuoso de alcanzar a comprenderse mutuamente y los hechos históricos lo comprueban.
Como deciamos al inicio, lo que más les interesa a los filósofos es la pregunta: ¿Qué significado tiene una expresión que quiere decir alguna cosa?, ¿por qué las expresiones tienen el significado que tienen?, ¿qué expresiones tienen el mismo significado que otras expresiones y por qué?, ¿cómo puede conocerse el significado?, y la pregunta más básica: “qué se ‘quiere decir’ cuando usamos el término "significar”? En la misma línea los filósofos se maravillan sobre las relaciones entre el significado y la verdad. Los filósofos están menos interesados en conocer qué oraciones son realmente verdad, y más en qué tipos de significados pueden ser falsos y cuales verdaderos. Algunos ejemplos sobre las preguntas orientadas a la verdad, que los filósofos del lenguaje se preguntan incluyen: pueden oraciones sin significado ser verdaderas o falsas? ¿Qué ocurre con oraciones sobre cosas que no existen?; ¿son las oraciones las verdaderas o falsas?, o ¿es el uso de las oraciones las que las hace tales? El lenguaje y la verdad son importantes no solo porque son usados en nuestra vida diaria, sino que el lenguaje forma el desarrollo humano, desde la primera infancia y continúa hasta la muerte. El conocimiento en sí mismo se entrelaza con el lenguaje. Nociones de sí mismo, la experiencia, y la existencia pueden depender enteramente en cómo el lenguaje es usado y es aprendido a través del lenguaje. El mismo tema del aprendizaje del lenguaje nos lleva a preguntas interesantes. Es posible tener pensamientos sin tener lenguaje?, ¿qué tipos de pensamiento se necesita para que el lenguaje ocurra?, ¿cuánto influye el lenguaje en el conocimiento del mundo y como actúa en él?, ¿se puede de algún modo razonar, sin el uso del lenguaje?...
Russell y Moore autores destacados de la filosofía analítica, se esforzaron para eliminar las suposiciones de la filosofía que encontraron absurdas e incoherentes, para llegar a ver claridad y precisión en la argumentación por el uso exacto del lenguaje y por la división de las proposiciones filosóficas en componentes más simples. Russell, en particular, vio la lógica y la ciencia como la principal herramienta del filósofo. Por tanto, a diferencia de la mayoría de los filósofos que le precedieron a él y a sus contemporáneos, Russell no creía que hubiese un método específico para la filosofía. Una tesis filosófica que Russell compartió con Wittgenstein es la de que el análisis de la estructura del lenguaje constituye una vía válida para la comprensión de la realidad. Y era eso la razón de que en muchas ocasiones los problemas lógico-semánticos se hallen expuestos y resueltos en contextos epistemológicos u ontológicos.

Por lo que concierne a la teoría del lenguaje, Russell mantuvo dos tesis generales referentes 1) A la realidad del lenguaje con la realidad y 2) al aprendizaje de este. Estas tesis son: el realismo semántico y el principio de aprendizaje por familiarización, (acquitance), respectivamente. El realismo semántico consiste en su identificación de la teoría del significado con la teoría de la referencia, identificación que implica que el significado de una expresión es la entidad a la cuál sustituye. El principio de aprendizaje por familiarización postula que el significado de una expresión es la entidad a la cual sustituye.

Saber el significado de una expresión (teoría semántica) está estrechamente relacionado con el conocimiento de la realidad (epistemología) y este a su vez con la misma estructura de esto (ontología). La teoría del significado depende de las teorías ontológicas y epistemológicas en el sentido de que según sea la estructura de la realidad y nuestro conocimiento de ella, así será la estructura lógica del lenguaje y su significado.

La principal tarea de la filosofía es el análisis del lenguaje para poner de relieve su auténtica estructura lógica. El análisis ha de estar dirigido a mostrar la forma lógica del enunciado. Para Gadamer: todo discurso humano se nutre de una experiencia fundamental que no es otra cosa que la mediación lingüística de la comprensión. La experiencia primigenia de la que se deriva toda experiencia está en el lenguaje, entendido no como un sistema estructural independiente de las condiciones de uso, sino, por el contrario, como las diversas lenguas históricas que cobran realidad y fisonomía en los distintos contextos enunciativos. Los métodos científicos son también modalidades del lenguaje que deben ser remitidos a las condiciones históricas de la enunciación. Por ello, el ideal de una racionalidad objetivante como criterio último de verdad, esto es, de una racionalidad que prescinde de la historicidad, debe ser relativizado, esto es, debe ser reconducido a las condiciones históricas del lenguaje.

Entonces ¿cuál será el objeto de la filosofía?. La filosofía será de esta forma una actividad más no un saber sustantivo: " la actividad del análisis del lenguaje".


BIBLIOGRAFIA:

  1. Aristóteles, Metafísica (Libro II, 993a), Kenny (1973), p. 230.
  2. Avrum Stroll, “La filosofía analítica del siglo XX” Siglo XXI, 2000
  3. Carnap, R.  La estructura lógica del mundo. UNAM/Instituto de Investigaciones Filosóficas. 1988
  4. GADAMER, H. G., Wahrheit und Methode II. Ergänzungen. Register, J. C. B. Mohr, Tübingen, 1986 [Tr. Verdad y Método II, Sígueme, Salamanca, 1991].
  5. Hans-Johann Glock, What Is Analytic Philosophy (Cambridge University Press, 2008), p. 205
  6. H. Glock, "Was Wittgenstein an Analytic Philosopher?", Metaphilosophy, 35:4 (2004), pp. 419-444.
  7. John Searle (en Bunnin & Tsui-James (eds.), The Blackwell Companion to Philosophy (Blackwell, 2003, p. 1
  8. Popper, Karl R. La lógica de la investigación científica'. Tecnos.1994
  9.  a b Analytic Philosophy [Internet Encyclopedia of Philosophy] http://www.iep.utm.edu/analytic/ consulta 21 de septiembre de 2009.

Filosofía de la Historia

1.            ¿De qué modo puede la filosofía de la historia brindarnos una orientación interpretativa en torno a nuestra realidad?

La filosofía de la historia supone la crisis del proyecto filosófico de explicar toda la realidad desde un sistema universal; esa crisis empieza con el fracaso del último gran sistema filosófico de occidente, el de Hegel; en adelante no se habla de “filosofía” (a secas), sino de “filosofías de” (lenguaje, la existencia, la liberación, etc.).
La Ilustración (s. XVIII) puso límites a la especulación metafísica, pero nos hizo desconfiar del pasado y esclavizarnos al dominio de las ciencias de la naturaleza (bajo la idea de dominación); su “nosotros” (los ilustrados) niega a los otros y es totalitario (“nosotros somos los buenos”), la lectura de la historia es homogénea, con lagunas, excluye la diferencia, quiere eliminar el conflicto (la síntesis hegeliana), elimina la oposición (por ello Robespierre instaura el Régimen del Terror, que Maquiavelo avala para eliminar el Absolutismo). Nuestros abuelos no son “ilustrados”, añoran el pasado de respeto, valores, fe, libertad, etc.
Contra el racionalismo se levantan pensadores alemanes que rescatan el valor de la naturaleza, del sentimiento, de la lengua, del arte, de la trascendencia (surge el clasicismo); los historiadores no son los únicos autorizados para ocuparse de la historia, y el pensador sin paradojas es como el amante sin pasión, los filósofos modernos son doctos sin sentido estético. Logos (narración, historia) y poesía nacen del Mito, pero Occidente ha olvidado y despreciado la mitología.
La Reforma nos liberó del dominio del clero sobre el poder temporal, pero origina absolutismo: la propuesta teocrática de Calvino, donde el Estado pide cuentas al ciudadano (germen del capitalismo), la sociedad civil debe reemplazar la sociedad eclesial; del capitalismo nace el liberalismo (el Estado se limita a proteger, legislar y asegurar la convivencia ciudadana). Separa religión y ética: basta ser generoso con la Iglesia, no importa ser corrupto en el trabajo.
El Racionalismo de Descartes, Espinoza y Galileo promovió el método como clave de conocimiento, nos libró de la dictadura del dogmatismo de los maestros (“si lo dice Aristóteles…”), de los prejuicios, y afirmó que la verdad no es meta sino proceso; pero nos condujo al materialismo que se afirma en el positivismo. El Empirismo (Hume, Locke, Berkeley y Hobbes) nos dijo que aparte del conocimiento hay otras facultades como imaginación, voluntad, intuición, memoria, sensibilidad, sublimidad; el hombre es único capaz de romper la cadena de causas y efectos, la filosofía no puede ser sólo conocimiento, sino también antropología, ética, etc.
En su idealismo trascendental Kant Kant afirma que no es posible predecir el futuro porque el hombre es libre, pero se puede hablar de procesos, signos de progreso en la comunidad (la guerra es el mayor obstáculo moral). La historia de los pueblos es profética (devenir, progreso), moral (conciencia sobre acontecimientos), sutil (interpretable, no solo descriptible), política (se despliega en la sociedad), cosmopolita, y en clave de una constitución política republicana; la historia profética es la que permite al hombre conmoverse ante un acontecimiento, una revolución (en buen sentido), distinta a la historia efectual (enumeración de hechos de barbarie). En la historia hay dialéctica porque no todos los hombres buscan el bien, hay retrocesos y progresos; progreso es toma de conciencia dada la posibilidad de la memoria. Kant propone el cosmopolitismo o búsqueda de la confederación universal, con autonomía, soberanía y justicia como mecanismos de paz y progreso; una sociedad movida por una constitución escrita y que promueva la libertad, donde convivan voluntad y deber moral (siempre en tensión). El Estado es fundamento para la paz, es necesario para garantizar libertades, superación del estado de naturaleza, debe tener una Constitución escrita y la mejor forma es la República.
Johann Gottfried Herder (Prusia 1744- 1803) escribe “Ideas para la Filosofía de la Historia de la Humanidad”, donde repasa la historia de las culturas e impulsa el Stum und Drang (“Tormenta e impulso”) contra la Ilustración; el progreso desborda la historia humana, pero la aparición del hombre lo acelera, sobre todo a partir del lenguaje; el progreso humano no depende sólo de la exaltación de la razón abstracta, ni sigue una línea recta (contra la Ilustración); cada época y pueblo alcanza su máxima perfección y desde esto se les ha de juzgar, sin dividir la historia en estancos, sino verla como variación de la humanidad universal. La educación forma con conocimientos vitales y no solo nociones automáticas, también el ambiente natural es determinante (historia de las culturas), por ello destaca Grecia; la perfección es ético-religiosa (la totalidad humana, contra Kant) y estética (realización y armonía, la forma que expresa la divinidad) que no es un placer desinteresado y sin concepto, ni producto de facultades (contra Kant). La educación no debe centrarse en los clásicos, ni separar los conocimientos, sino ofrecer una formación integral.
Wilhelm von Humboldt (1767- 1835) afirma que el lenguaje es encarnación del pensamiento (naturalismo, no positivismo), es el carácter distintivo del pueblo alemán (lo cual desarrollan Nietzsche y otros); las generaciones pasan pero la lengua (sobre todo oral) permanece, ella genera comunidades (filosofía de la lengua, no del lenguaje (analítica). La historia no culmina ni se agota en la razón ilustrada, avanza en espiral, la infancia es Oriente, la adolescencia Egipto, la juventud Grecia y la madurez Roma. La Ilustración enfatiza en los individuos, saca a Dios de la historia, quiere entenderlo todo; hace falta más el discurso (alma, esencia, origen, Logos) que la comunicación. No todo lo que convoca a la comunidad es “santo”, si trae violencia: Hitler.
Los idealistas alemanes (Fichte, Schelling y Hegel) afirman el principio de conciencia (que procede de la voluntad), frente al principio de representación (que procede de una determinación, de una obligación): es distinto leer a Homero por obligación que leerlo por voluntad, por gusto; frente a educación moral, educación estética, sensible. Johann Gottlieb Fichte (1762- 1814), su nacionalismo se enmarca en la ocupación de Berlín por Napoleón, escribe “Discursos a la nación alemana” (1807), afirmando la superioridad filosófica y cultural de Alemania sobre las demás naciones europeas; Alemania necesita una nueva educación, que determine y forme las emociones e impulsos vitales, que la voluntad sea firme y decidida; la antigua educación exhortaba al buen orden y la moralidad, pero ha fracasado. Su idea nacionalista de identidad y amor por la Patria pasa a Landcaster y de éste a Simón Bolívar.
La historia se construye desde el “yo” libre, desde la identidad, desde la educación que más que repetición lo que da es motivación (quien no se educa no es alemán); se debe amar lo que se aprende, generar complacencia y luego desprenderse del tutor (en ello coinciden ilustrados e idealistas). La educación debe ofrecer criterios para la libertad, no dogmatismos (condicionamiento bajo deberes, reglas, normas a posteriori); con un carácter formado se puede discernir, y quien se educa y convence es capaz de educar a otros. Fichte rechaza los totalitarismos pero crea uno nuevo: o se es idealista y alemán, o no se es; de allí se pasa a enfatizar en lo biológico y se excluye a gitanos, polacos, judíos, rusos, etc.; ve la historia movida a partir del desenvolvimiento individual de sujetos protagonistas  de la historia (líderes), los demás hombres deben beber de éste ejemplo para desarrollar su personalidad y ser protagonistas también.
Schelling (Suabia 1775- 1856) en su Programa del Idealismo alemán (1795) propone una ética o sistema de todas las ideas o postulados prácticos, 1) la historia es referida a la creación, posibilidad del yo en el mundo y la libertad; el yo es capaz de auto reflexionar, de ir más allá de la identidad (cartesiana); el proceso es yo (hombre), no-yo (naturaleza, identidad, parte “dormida” de la conciencia, como en el budismo), y yo-absoluto; 2) el mundo es creado pero va cambiando; la nada es aquello que no es fenómeno, el romanticismo parte de la novedad en sí, no del fenómeno; lo no fenoménico no es causa. En las Edades del mundo aborda la filosofía de la historia, busca encontrar el Todo en la historia. El pasado se sabe, se narra, el presente se conoce, se expone y el futuro se presiente, se conjetura; cada presente es original, y se vive desde y “contra” el pasado. Mal, sufrimiento y muerte no son asumidos como algo venido de fuera, nacen del corazón como dijo Jesús; rechaza la separación entre ética y religión (contra Ockam que dijo: “No podemos verificar que lo bueno que hacemos agrada a Dios”). Los místicos viven esa dinámica de una voluntad libre de deseos, esa Nada que es a la vez Todo, es eternidad incondicionada: “No me importa si no resucito, porque siempre he vivido como resucitado” (Marcel).
Whilhelm Friedrich Hegel (1770-1813) responde de modo racional a su contexto socio-cultural, se necesitaba la libertad, Alemania estaba destrozada por la Guerra de los 30 años, el campesinado empobrecido, la cultura decaída, la clase media era escasa y la política ineficaz. Hegel tenía el ideal de la Polis griega, la armonía del hombre y la ciudad; el espíritu del pueblo da plenitud al individuo, pero puede quedarse en la formalidad: pocos llegan a ser libres; el cristianismo aporta la noción de subjetividad, pero no apoya la noción de ciudadanía. El parentesco es el vínculo con la familia, la libertad es el vínculo con el Estado. El tiempo tiene continuidad homogénea, como un río que es el espíritu Absoluto, la historia tiene un alma, una Idea, y el historiador la lee haciendo cortes; nuestra experiencia nos hace ver un presente, un pasado y un futuro; el Estado es determinante, y a él se amolda la sociedad civil como lo corrobora la realidad. El espíritu del pueblo se va forjando en la educación que concientice, que universalice, que domine su naturaleza; las instituciones del pueblo deben ofrecer libertad al individuo, y cuando ese pueblo madura empieza a decaer (por la costumbre) para dar paso a otro(s) pueblo(s). Ninguna fuerza puede destruir el espíritu del pueblo, sino que pone en evidencia su caducidad.
En Karl Marx (1818- 1883) la dialéctica kantiana se reinterpreta, no hay absolutización de cualquier ideología particular (puede absolutizarse la idea de Estado, Ley, religión, etc.); en Marx se hace necesario un nuevo humanismo con el principio material que es el trabajo (lucha dialéctica de las necesidades del hombre frente a la naturaleza), siendo el hombre pobre, carente, inseguro (carece de garras, cuero, etc.), debe usar su razón, su capacidad técnica para sobrevivir, no sólo para dominar; la naturaleza es fuerte, exige proceso, trabajo, tiene leyes (épocas de siembra, calidad, cantidad, etc.), una lucha permanente. Ese humanismo se halla enfrentado al anti humanismo (alienación o enajenación, proceso de pérdida de identidad); el hombre se haya inserto en la comunidad, en el mundo de las relaciones económicas (más que sociales o políticas), una relación hombre-hombre (no hombre-naturaleza) en la que el poder provoca inequidad, violencia, división cultural en clases, desarrollo de la propiedad privada (en ello tienen parte la Iglesia y el Estado, macroestructuras que afectan a la micro estructura económica).
El capitalismo pone el poder en manos de los amos, y hace del trabajo algo exterior, deshumanizante, arruina el espíritu; el hombre no puede verse aislado, “singular”, sino en sus relaciones económicas, en su clase y en su regulación por el Estado; la religión suaviza, hace pasivo y fatalista al hombre, no mueve su voluntad. La historia tiene cortes o etapas, hay una negación del estadio anterior (Hegel), pero se lee desde el materialismo en vez de negarlo, la economía determina al Estado (superestructura en Hegel, infraestructura en Marx): tribus, comunas, polis, feudos, burgos. Las estructuras económicas tienen autonomía (como etapas en una biografía) y su tiempo más allá de lo cronológico, entra lo contingente, no se enmarca la historia en fechas, y entran las pequeñas historias (el campesino arruinado por el neoliberalismo, el comerciante que ha crecido, el estudiante que no ve cambios, etc.).
Teoría crítica de la sociedad (Marcuse, Horkheimer, Adorno, Husserl). Escuela de Frankfurt. Frente a la ideología superestructural se halla la criticidad y la conciencia; la lucha no es sólo por el control de los medios de producción, sino también en el discurso, en la legitimación al contar la historia; bajo los paradigmas conceptuales no sólo se domina el presente, sino también el porvenir. La historia se cuenta desde el poder, desde Marx no se mira sólo lo que se cuenta sino cómo se cuenta, esa historia necesita redimirse con una nueva conciencia más que con armas (Benjamin); se debe  llevar a una crítica social con alternativas de resistencia o emancipación desde dentro del sistema (Marx no alcanzó esta etapa).
Adorno y Horkheimer crean la dialéctica negativa, la resistencia de la teoría crítica frente a la instrumentalización de la razón; rechazan crear ideologías y buscan deconstruir, una crítica a la cara oculta de lo “virtuoso” en Occidente y su doble moral. El saber se monopoliza, se rechaza la discusión, no se advierte el silencio cómplice; se oculta lo negativo, se rechaza lo crítico, el error, la discusión. Suponemos que la historia siempre va en superación (porque es contada desde los vencedores). El filósofo mira que la verdad es construcción, por ello no debe casarse con un sistema, debe leer la realidad; el pensamiento no puede estancarse ni quedarse en dogmas, el hombre es inobjetivable; el lenguaje es instrumento imaginario, puede usarse en la propaganda de modo ambiguo y puede manipular masas.
El hombre avanza por el trabajo pero también por las relaciones, circunstancias; hay permisión y prohibición, ruptura permanente de paradigmas, de posiciones seguras; a pesar de las ficciones sociales, todos somos iguales; la maquinaria humana produce crecimiento económico-político pero decrecimiento humano. Voltaire mira la razón como unilateral, sólo lo negativo del progreso, pero la razón también sirve para la denuncia, la justicia y la crítica, además la injusticia sólo puede venir desde el poder, sólo el juez puede ser injusto, y sólo es verdadero el pensamiento que lucha por lo justo; el nacionalismo extremo muestra la injusticia del poder en la II Guerra Mundial, unido a la imagen del super hombre que propiciaron los artistas “futuristas” exaltando lo patético. La propaganda ha hecho del cuerpo el centro, une egocentrismo y belleza, la mujer es domesticada, los cosméticos –antes reservados a las prostitutas- se han hecho universales, la vulgar se hace moda y el lujo se pregona como libertad, como sublima; ricos y poderosos son amparados por la ley. El hombre usa cada vez menos su razón porque destruye a los que lo rodean, desde la religión, la política y la cultura. 
La teoría crítica se sirve del discurso de legitimación para marcar los linderos de una reconstrucción social con fuertes raíces críticas. El problema de la condición indirecta y sutil del poder ejercido en la civilización encuentra en Marcuse un aporte argumentativo desde el avance del capitalismo y la industrialización y sus consecuencias de dominio de la naturaleza humana, y su exógena forma de racionalidad; en “El hombre unidimensional” (1964) Marcuse critica la “sociedad cerrada” producto del capitalismo americano, pero incorpora en sí toda dimensión de la existencia, sea privada o pública; asimila todo lo que se le opone, y mueve y maneja todos los instintos humanos (“incluso lo antisocial”); la democracia supera al absolutismo en el manejo de conflictos, los administra y los hace “productivos” y destructivos. La ciudad con todo su progreso es el símbolo del capitalismo, junto a la expansión económica, política y militar. La filosofía se limita a la modestia, “deja intacta la realidad establecida; aborrece las transgresiones”, como hacen Austin y Wittgenstein, se difama lo alternativo y lo elaborado, se renuncia a toda teoría, se apela a la camaradería, el lenguaje común de la calle; pero ese lenguaje sólo expresa al hombre y a la naturaleza mutilados, se analiza su lenguaje por fragmentos, se hace con exactitud y claridad, pero sin aludir a su universo; se busca el orden en las palabras pero no la transformación de la realidad, se hace cómplice de la sociedad que manda, sólo puede describirse pero no explicarse.
Pragmatismo universalista (Habermas, Heidegger). Jürgen Habermas critica incluso la sociedad marxista y el capitalismo, destaca al individuo y su psicología, se ocupa de la acción comunicativa, la política y otros aspectos sociales; critica la legitimación que se da el poder capitalista, la economía sustenta en el Estado policial, las leyes que favorecen el mercado así como el discurso y la propaganda (abriendo la brecha entre lo legal y lo ético). Para Habermas la emancipación es un criterio para validar una razón capaz de superar los antagonismos entre el instrumentalismo y la reflexión crítica. Moderno no viene de “moda” sino de “modo” de ser; se impone la moda con la censura social “eso no está de moda”. La gente participa del tren de la historia de la mano de cada presente, de cada moda, como en una obra impresionista (arte desde lejos, siendo manchas), como la fotografía y el cine; el arte (eterno) se reduce a moda, se hace inmanente, se “encarna”, la idea se temporiza. 
Vivimos la época de la profanación, no de la sacralización; hay secularismo, urbanización, politización, teleologización, dominación del tiempo; parece que toda incertidumbre se puede controlar con orden, planificación: seguros médicos, hospitales psiquiátricos, tarjetas de crédito, bases de datos, ancianatos, etc. El triunfo del capitalismo es que absorbe a sus opositores, porque puede convertir todo en negocio: lo presenta en TV, lo convierte en libro, lo somete a las multinacionales, etc. La naturaleza es vista como objeto pero subjetivamente, no como algo contemplado con el espíritu; “las ciencias de hecho producen hombres de hecho” (Habermas).
Para Habermas el animal empieza a ser humano en el momento en que habla, empieza su historia con conciencia y voluntad libre; la acción comunicativa, atacada por el poder y el capitalismo, entra en decadencia cuando no se abre a los otros (p. e la lengua catalana frente al inglés); la racionalidad y la comunicación no pueden desligarse de la historia, condición necesaria de la internacionalización (contrario a la globalización); el nazismo fue un nacionalismo mediocre, quedado en naturalismo (racismo), en opresión del individuo y los otros, impidió la emancipación. El lenguaje opresor es un discurso manipulador, excluyente, que ataca a los débiles, oculta la “rechazable”; pero para Habermas el lenguaje racional y comunicativo sirve a la emancipación, la conciencia libre, es posible en el arte, la poesía, el canto popular.
Husserl mira la necesidad de considerar un orden nuevo, una nueva época de la humanidad, donde la vida sea creadora de cultura, en unidad, histórica, desde las ciencias del espíritu, sin quedarse en naturalismo; pero no se debe despreciar la corporeidad, pues la Physis humana es el sustento de la espiritualidad; así mismo la naturaleza es el medio circundante de la realidad natural, la cosmovisión, no sólo lo biológico. La gran preocupación de Husserl es caracterizar espiritualmente la “Europa”, entendida como “unidad de un vivir, obrar, crear espirituales: con todos los fines, intereses, preocupaciones y esfuerzos, con los objetivos, las instituciones, las organizaciones”; busca los fines propios de la Europa distinta y unida, “a partir de ideas de la razón”, pues de ella nace la cultura, y de esta filosofía y ciencia. Husserl es logocéntrico, Derridá le critica que equipara Occidente, razón, Europa, idea, y que su propuesta no puede encarnarse, marca una sola línea, un predominio de la idea racional en toda época; en Husserl la historia es el aparecer del fenómeno, pero descrito, no interpretado; Husserl, Fichte y Schelling buscan la unidad, no alemana sino europea, pero desconociendo la particularidad.
Martin Heidegger (1889- 1976): El ser se desenvuelve en el tiempo, su horizonte de posibilidad, porque el humano va cambiando en el tiempo, pero su esencia es el existir; Occidente piensa desde el ente, la metafísica, la filosofía del ocaso (ambigüedad), poco piensa la existencia, el presente (Nietzsche, Dilthey, nihilismo); nihilismo en pensarnos nosotros mismos, desnudos ante la inminencia de la muerte. Los grandes proyectos de certeza han fracasado, hay desencanto, ocaso, no hay seguridades a qué aferrarse; ya no están los grandes dioses (Hölderlin): Dionisos (dios desterrado del Olimpo, y tardío), Heracles (semidios) y Jesús (Dios encarnado) y sólo se han dado cuenta los poetas, que no está sumidos en la ocupación, viven el propio tiempo (no son metafísicos); los poetas (Hölderling, Baudelaire, Casaldáliga) son verdaderos historiadores porque rescaten el ser, cantan una canción de duelo y hacen una plegaria al Dios ausente. Occidente ha levantado edificios conceptuales y ha dado al ser por obvio, ya no hay preguntas, todo se cosifica.
Mesianismo. Walter Benjamin destaca por sus 18 tesis sobre filosofía de la historia (1959). En Benjamin el Mesías es una fuerza y no una persona, es cosmovisión e interpretación de la historia, la necesidad de instaurar un orden nuevo; todo presente tiene una cita secreta con el pasado, con los gritos de las víctimas que nadie quiso escuchar, y que esperan justicia en nuestro presente (redención); la lucha revolucionaria no es sólo política (materialismo), sino también espiritual (lo materno, las tradiciones); como asume la dialéctica y no el historicismo, su hermenéutica siempre es abierta, nada es insignificantes, todo debe reinterpretarse.
Justicia es dar lo suyo a los vencidos, devolvérselo a quienes luchan, en el ahora de la emancipación; lo importante no es el progreso, sino el proceso. Benjamin dijo que la generación europea de 1914 a 1918 atravesó una de las experiencias más atroces, pero la gente volvía muda de los campos de batalla, pobres en vez de enriquecidas o enriquecedores; y de pronto todo cambió en lo tecnológico, se desarrolló la técnica y se empobreció la experiencia, la prueba fue el florecer de la astrología, el yoga, las sectas, vegetarianismo, gnosis, escolástica y espiritismo; la literatura también mostró su pobreza, pese a la abundancia, una nueva barbarie en la que los pensadores se reducían a un campo, se desprecia el pasado y se mira sólo lo técnico, lo modificable (no se describe), lo propio (no la humanidad completa); el vidrio ha atacado al misterio y la posesión, muestra la pobreza burguesa de modo frío y soberbio; no se quieren nuevas experiencias, se está cansado, con sueño, sin vigilancia, no se quieren complicaciones, se prefiere deleitarse en Mickey mouse.
¿CIRCULAR O LINEAL?
BIBLIOGRAFÍA
Apuntes de clase, asesora: María Consuelo Escobar (2008).
BENJAMIN, Walter. “Tesis de filosofía de la historia”, en Discursos Interrumpidos I, Madrid, Taurus, 1986.
HEIDEGGER, M., Schelling y la libertad humana, Caracas, Monte Ávila, 1985.
HUSSERL, “La filosofía en la crisis de la humanidad europea”, 1935.
KANT, Inmanuel. Idea para una historia universal en sentido cosmopolita y otros escritos sobre Filosofía de la Historia, Madrid, Tecnos, 1987.
            -La paz perpetua. 1795.
MARX, Karl y ENGELS, Friedrich. Manifiesto comunista. 1845.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Hermenéutica filosófica

El título hermenéutica, como ocurre a menudo con las palabras revidas del griego y adoptadas en nuestro lenguaje científico, cubre muy diversos niveles de reflexión. La hermenéutica designa ante todo una praxis artificial. Esto sugiere como palabra complementaria la tejne. El arte del que aquí se trata es el del anuncio, la traducción, la explicación y la interpretación, e incluye obviamente el arte de la comprensión que subyace en él y que se requiere cuando no está claro e equívoco el sentido de algo. Ya en el uso más antiguo de la palabra[1] se detecta una cierta ambigüedad. Hermes era el enviado divino que llevaba los mensajes de los dioses a los hombres; en los pasajes homéricos suele ejecutar verbalmente el mensaje que se le ha confiado. Pero es frecuente, sobre todo en el uso profano, que el cometido del hermeneus consiste en traducir lo manifestado de modo extraño o inteligible al lenguaje inteligible por todos. Por eso la tarea de la traducción goza siempre de una cierta libertad.

Presupone la plena comprensión de la lengua extranjera, pero aún más la comprensión del sentido auténtico de lo manifestado. El que quiera hacerse entender como intérprete debe traducir el sentido expresado. La labor de la hermenéutica es siempre esa transferencia desde un mundo a otro, desde el mundo de los dioses al de los humanos, desde el mundo de la lengua extraña al mundo de la lengua propia. Pero dado que la tarea del traductor consiste en cumplir algo, el sentido del hermeneuein oscila entre la traducción y el mandato, entre la mera comunicación y la invitación a la obediencia. Cierto que la hermeneia suele significar en sentido neutral una enunciación de pensamientos, pero es significativo que Platón[2] no entienda por este término cualquier manifestación de ideas, sino únicamente el saber del rey, del heraldo, etc., que ofrece el carácter de mandato. En esa línea se puede entender la afinidad de la hermenéutica  con la mántica[3]: el arte de transmitir la voluntad divina se yuxtapone al arte de adivinarla o de prever el futuro mediante signos.

Resulta significativo para el otro componente semántico puramente cognitivo que Aristóteles en el escrito Peri hermeneias se refiera sólo al sentido lógico del enunciado cuando aborda el logos  apophantikos. Esa línea se desarrolla en el mundo griego posterior al sentido puramente cognitivo de hermeneia y hermeneus, y puede significar explicación docta o comentador y traductor. Respectivamente sin duda la hermenéutica como arte sigue connotando aún la más antigua procedencia de la esfera sacral[4]: es el único arte cuyo oráculo debe considerarse decisivo o se acoge con admiración  porque puede comprender y exponer algo que está reservado: un discurso extraño o incluso la opinión no expresada de otro. Es, pues, un ars, como la oratoria o el arte de escribir o la aritmética: más destreza práctica que ciencia.

Esto es aplicable también en ciertas connotaciones tardías del antiguo significado presentes en la reciente hermenéutica teológica y jurídica: son un género de arte o son al menos útiles como recursos para ese arte, e incluyen siempre una competencia normativa: no es solo que los intérpretes comprendan su arte, sino que manifiestan algo normativo: la ley divina o humana.

Cuando hablamos hoy de hermenéutica nos situamos, en cambio, en la tradición científica de la época moderna. En consecuencia, el significado de la hermenéutica está en consonancia con esa tradición, es decir, la génesis del concepto moderno de método y de ciencia. Ahora aparece siempre implícita una especie de conciencia metodológica. No solo se posee el arte de la interpretación, sino que se sabe justificar teóricamente el mismo. El primer documento de la palabra hermenéutica como título de un libro data del año 1654, en Dannhauer[5]. Desde entonces distinguimos entre una hermenéutica filósofo-hermenéutica y una hermenéutica jurídica.

El núcleo de la hermenéutica antigua es el problema de la acción alegórica. Esta es una unión anterior. Hyponoia, el sentido profundo, fue la palabra originaria que designó el sentido alegórico. Esa interpretación  se había practicado ya en el área de la sofística, como afirmó ya A. Tate en su tiempo y confirman textos de papiro más recientes. El contexto histórico subyacente es claro: una vez que perdió credibilidad el mundo de valores de la epopeya homérica, concebido para una sociedad aristocrática, se hace necesario un nuevo arte interpretativo para la tradición. Eso se produjo en la democratización de las ciudades, cuyo patriciado hizo suya la ética de la nobleza. La expresión de la misma fue la idea pedagógica de la sofística: Ulises ocupó el puesto de Aquiles y adoptó unos rasgos sofísticos e incluso en la interpretación helenística  de Homero por el estoicismo.

La hermenéutica al comienzo de la época moderna se practicó también en una motivación formal, en el sentido de que la conciencia metodológica de la nueva ciencia, que utilizó sobre todo el lenguaje de la matemática, dio paso a una teoría general de la interpretación de los lenguajes simbólicos. Debido a su generalidad se consideró como una parte de la lógica[6]. La inserción de un capítulo hermenéutico en la lógica de Chr. Wolff[7] revistió una importancia decisiva para el siglo XVIII. Hubo un interés de tipo lógico-filosófico que aspiraba a fundamentar la hermenéutica en una semántica general. Un primer compendio de la misma aparece en Maier, que tuvo un lúcido precursor en Chladenius[8]. En el siglo XVII, en cambio, la disciplina de la hermenéutica que surge en teología y en filosofía fue fragmentaria por lo general y sirvió a fines más didácticos que filosóficos.


Decir qué es la hermenéutica no significa otra cosa que retornar a la pregunta original sobre la comprensión y dirigirse fenomenológicamente  «a las cosas mismas». En realidad, Gadamer se pregunta por el «ser de la comprensión» o, para expresarle en términos heideggerianos, «en qué modo comprender es ser».  Por eso, el problema relativo al método de las ciencias del espíritu, el comprender, tal y como lo plantea la hermenéutica metódica de Dilthey, es un problema realmente secundario. La especial referencia al mundo propio de las ciencias de la interpretación y la actitud humana frente a sus objetos se podrá entender sólo y cuando se haya captado lo que acontece siempre en el horizonte del mundo de aquel que comprende.

De esta manera la hermenéutica filosófica que desarrolla Gadamer no se refiere a una teoría del arte de comprender o a una teoría del método (de la comprensión), sino más bien a una teoría de la experiencia humana y de la praxis vital, la cual precede a todo comportamiento comprensivo de la subjetividad y a cualquier modo de proceder metódico. En este sentido hay que entender las palabras de Gadamer cuando dice: «Comprender e interpretar textos no es solamente una instancia científica, sino que pertenece con toda evidencia a la experiencia humana del mundo. En su origen el problema hermenéutica no es en modo alguno un problema metódico. No se interesa por un método de la comprensión que permita someter los textos, igual que cualquier otro objeto de la experiencia, al conocimiento científico. Cuando se comprende la tradición, no sólo se comprenden textos, sino que se adquieren perspectivas y se conocen verdades» (VM, 23).

Con ello el problema hermenéutico se circunscribe a un ámbito que trasciende los límites impuestos por el concepto de método de la ciencia moderna y se extiende a formas de experiencia -tales como la del arte, la de la historia y la de la filosofía- que tienen un carácter pre-científico y elevan una pretensión de verdad tan legítima como la de la ciencia. Sólo así será posible liberar a las ciencias del espíritu de una confrontación teórica con un modelo de cientificidad que les es fundamentalmente extraño y escapar a las aporías del historicismo y a los planteamientos epistemológicos neokantianos. De esta forma, Gadamer está reivindicando otro modelo de racionalidad que, como veremos, se perfilará en sintonía con la ciencia práctica de Aristóteles.

La «hermenéutica» para Gadamer designa, entonces, «el carácter fundamentalmente móvil del «Dasein» que abarca el conjunto de la experiencia humana del mundo. Todo lo que el hombre puede experimentar se incluye en este ámbito abarcante del fenómeno de la comprensión. No se puede hablar, por tanto, de comprensión en el sentido de un comportamiento subjetivo respecto a un objeto dado. La comprensión, tal y como la entiende Gadamer, no se dirige a un tú como objeto, ni pretende reconstruir una vivencia, ni tampoco se reduce a la transposición de un sujeto en otro -como en Schleiermacher y Dilthey-, sino más bien a un contenido de verdad que penetra y actúa en el ámbito de nuestra existencia. Comprender es estar siempre expuesto a un hacer y actuar que no es el hacer y el actuar de la subjetividad moderna, sino el hacer de la historia y de la tradición que determinan al sujeto, en el aquí y el ahora, y provocan la apertura hacia el diálogo que es la comprensión.

La hermenéutica filosófica gadameriana hay que en- tenderla, por tanto, en términos de experiencia. «La filosofía "hermenéutica" se entiende, no como una posición "absoluta, sino como un camino de experiencia" (VM 11, 399). Pero el significado que se otorga a esta forma de experiencia no es el de la ciencia, pues la hermenéutica en cuanto experiencia se entiende como un acontecer, en el que nadie es dueño y todo se ordena de una forma realmente impenetrable. La auténtica experiencia es la que uno hace e implica que algo nos sale al encuentro, de tal manera que uno confirma su propia experiencia después de la realización de la experiencia en cuanto tal. Todo ello significa, por una parte, que el sujeto del acontecer de la experiencia no es el sujeto humano sino la movilidad de la propia experiencia; por otra parte, la determinación del carácter no objetivable de la experiencia se explica como una consecuencia de la aplicación de un modelo gnoseológico en el que el sujeto y objeto se implican en un acontecer de mediación recíproca y no como dominio del sujeto sobre el objeto.

En su análisis sobre la estructura de la experiencia hermenéutica Gadamer nos remite continuamente a Hegel y al movimiento dialéctico de la conciencia, esto es, al modelo de la experiencia de la conciencia tal y como se desarrolla en su Fenomenología del Espíritu. En ese proceso experiencias de la conciencia aparece en un primer plano la negatividad propia de toda experiencia. Es decir, toda experiencia es negativa: siempre experimentamos algo que no es como habíamos supuesto, de tal manera que en toda experiencia sabemos otra cosa que antes no sabíamos y sabemos más. El camino de la experiencia conduce entonces a un saberse. Pero ninguna experiencia se consuma en un saber absoluto, sino que siempre está abierta a nuevas experiencias.

He aquí por qué la dimensión de la finitud, que forma parte de la esencia histórica del hombre, constituye a juicio de Gadamer «el fundamento más determinante del fenómeno hermenéutico». Tal vez por eso no pocas veces se ha interpretado su hermenéutica como una hermenéutica existencia, en la medida en que la conciencia que podemos tener de nuestra propia determinación histórica implica al mismo tiempo la conciencia de una razón limitada y finita. Siempre cabe la posibilidad de comprender más y mejor, puesto que la apertura y la historicidad propia de la experiencia hermenéutica determinan ese grado de disposición de dejarse decir lo que se trasmite desde la tradición. Así pues, la experiencia humana es experiencia de la finitud humana. «Es experimentado en el auténtico sentido de la palabra aquél que es consciente de esta limitación. Aquél que sabe que no es señor ni del tiempo ni del futuro; pues el hombre experimentado conoce los límites de toda previsión y la inseguridad de todo plan» (VM, 433).


LA ESTRUCTURA DIALÓGICA DE LA HERMENÉUTICA

Para entender y explicar la estructura de la comprensión, Gadamer propone una serie de modelos que determinan analógicamente el sentido de la experiencia hermenéutica y, al mismo tiempo, dejan ver la herencia heideggeriana en su marcada proyección ontológica. Tomemos en primer lugar la referencia a la obra de arte y al juego.

El modelo de la obra de arte y el juego. Parece obvio y fuera de toda duda que la experiencia de la obra de arte implica un comprender, es decir, representa por sí misma un fenómeno hermenéutica, en la medida en que el comprender forma parte del encuentro con la obra de arte. Hay pues, en la experiencia del arte en general una auténtica experiencia que no deja inalterado al que la hace. Por eso Gadamer se pregunta por el «modo de ser» de la obra de arte. Y el modo de dar respuesta a esa pregunta es a través del concepto del juego,  pero liberado de toda carga subjetiva que presenta en Kant y en Schiller.

La primera característica que se señala es que el modo de ser del juego no permite que el jugador se comporte respecto a él como si fuera un objeto, ni tampoco que se entienda a partir de la reflexión subjetiva del jugador. Aplicado al arte, la obra de arte no es ningún objeto frente al que se halle un sujeto. El «sujeto» de la experiencia del arte no es la subjetividad del que hace la experiencia, sino la obra misma de arte. Lo mismo sucede en el juego. El sujeto del juego no son los jugadores, sino que ellos son simplemente ocasión para que el propio juego acceda a su manifestación, pues el propio juego, con sus reglas, es una totalidad de significado que supera a los jugadores mismos. Como dice el propio Gadamer, rememorando el lenguaje heideggeriano, «el juego juega», es decir, es el propio juego el que se juega o desarrolla en un movimiento de «vaivén» que no tiene final. El sujeto mismo es el juego, dándose una primacía de éste sobre los jugadores.

El movimiento de la autorrepresentación. Todo esto permite destacar que el juego «se limita realmente a representarse. Su modo de ser es, pues la autorrepresentación» (VM, 151). La autorrepresentación del juego hace que el jugador logre la suya propia jugando a algo, es decir, representándolo. El juego representado es el que habla al espectador en virtud de su representación, de ahí que el espectador forme parte de él. Pues bien, para Gadamer la obra de arte es juego. Este quiere decir que su verdadero ser no se puede separar de su representación, pero teniendo en cuenta que por muchas transformaciones que experimente, no deja de seguir siendo la misma.

De esta forma, la interpretación de la obra de arte adquiere en Gadamer connotaciones fundamentales. De la misma manera que se dice que el ser de la obra de arte es un juego que sólo se cumple en su recepción por el espectador, de los textos hay que decir que sólo en su comprensión se produce su vivificación. Cualquier obra de arte habrá que comprenderla de la misma manera que se comprende, por ejemplo, un texto. Hay pues una similitud en cuanto a la estructura entre la experiencia estética y la experiencia hermenéutica. De la misma manera que el intérprete y receptor de la obra pertenece a ese juego que es la obra misma, del mismo modo lo histórico pertenece a la misma tradición de la que forma parte el texto o el acontecimiento que él debe reconstruir interpretando.

El modelo de la experiencia del tú. Gadamer establece también una analogía entre la experiencia dialógica con el «tú» y la experiencia de la tradición: «la tradición no es simplemente un acontecer que uno reconoce a través de la experiencia…, es más bien un lenguaje, habla desde sí misma como si fuera un "tú"» (VM, 365). Se considera, pues, a la tradición corno a un auténtico partner del diálogo. Esta alteridad que Gadamer reconoce a la tradición le permite afirmar, entre otras cosas, que «la tradición hace oír sus voces», «habla por sí misma» etc. Este rango que se le otorga a la tradición como si fuera un «tu», admite una serie de matices.

No se trata, en primer lugar, de aquella experiencia del tú en la que se identifica al otro con aquello que pertenece al campo de mi experiencia. Es decir, se busca clasificar al otro metodológicamente dentro de ideas-tipo, con el fin de poder controlarlo y dominarlo. Tampoco se trata de una relación en la que el otro queda integrado en la propia subjetividad, obviando cualquier relación recíproca auténtica. Aunque se da una cierta dialéctica, la comunicación intersubjetiva es pura apariencia. Esta es la forma de experiencia relativa a la conciencia histórica, que busca en el pasado aquello que es históricamente único.

El modelo del diálogo socrático. Como vimos anteriormente, la experiencia tiene la estructura de la pregunta, porque tanto la apertura como la negatividad que le son propias constituyen dos características esenciales del preguntar. Pero preguntar significa abrir y determinar la dirección del saber; por lo tanto toda pregunta comporta la negatividad inherente de un no saber determinado, de un «saber que no se sabe». De ahí que la pregunta, siempre insatisfecha, se instale en la reiteración, es decir, en preguntar y seguir preguntando. Esta primacía de la pregunta, que es esencial a la hermenéutica, demuestra que «la estrecha relación que aparece entre preguntar y comprender es la que da a la experiencia hermenéutica su verdadera dimensión. El que quiere comprender puede desde luego dejar en suspenso la verdad de su referencia; puede desde luego haber retrocedido desde la referencia inmediata de la cosa a la referencia de sentido como tal, y considerar ésta no como verdad sino simplemente como algo con sentido, de manera que la posibilidad de verdad quede en suspenso: este poner en suspenso es la verdadera esencia original del preguntar» (VM, 453).

Para ilustrar la relación existente entre el preguntar y el saber, Gadamer se remite al modelo del diálogo socrático. Sócrates demostró que el que tiene la seguridad de saberlo todo es incapaz de preguntar. Ahora bien, el «arte de preguntar» en los diálogos socráticos no es un instrumento con el que uno se puede apoderar de una verdad. El arte de preguntar, que es el arte de pensar, es el arte de conducir un diálogo para que advenga el saber. «Conducir un diálogo -dice Gadamer- quiere decir ponerse bajo la dirección de la cosa sobre la que se orientan los interlocutores» (VM, 556). Se da, por tanto, una primacía del diálogo respecto a los interlocutores. Esto se manifiesta, lo mismo que en el juego y en la obra de arte, en la fascinación que ejerce el propio diálogo sobre los propios interlocutores. La dinámica de preguntas y respuestas envuelve a los propios dialogantes, de tal manera que ellos mismos, en realidad, son conducidos y guiados por el mismo diálogo.

De la enseñanza socrática se puede también deducir que en el diálogo es la «cosa misma» la que se «autorrepresenta». En él lo verdaderamente importante es, en sentido dialéctico, «el hacer de la cosa misma» y el desplegarse de sus posibilidades. «Es la cosa misma -dice Gadamer- la que logra hacerse valer en cuanto uno se entrega por completo a la fuerza del pensar y no deja valer las ideas y opiniones que parecían comprensibles en sí mismas» (VM, 556). Por eso suele decirse que la pregunta «se impone», es algo que «irrumpe», que «se pone», «surge», etc. De ahí que el propio preguntar sea más un «padecer» que un hacer. La productividad mayéutica del diálogo socrático muestra la articulación de una verdad que se hace lenguaje y reúne a los interlocutores en un acuerdo en la cosa misma. Así pues, lo mismo que en el juego, también en el diálogo hermenéutica no es la subjetividad aislada de los interlocutores el sujeto auténtico, sino siempre una instancia superior.
           



[1] La investigación más reciente (Benveniste) pone en duda que la etimología de la palabra tenga alguna         relación con el dios Hermes, como sugiere el uso verbal y la etimología antigua.
[2] Platón. Políticos 260d.
[3] Epinomis 975 c
[4] Focio, Bibl. 7; Platón, Ion 534e; Legg, 907 d.
[5] Focio, Bibl. 7; Platón, Ion 534 e; Legg. 907 d.
[6] Cf. la exposición de L. Geldsetzer en la introducción a la reimpresión de G. F. Maier, versuch einer allgemeinen Auslegungskunst (1965), especialmente, Xs.
[7] Chr. Wolff, Philosophia  rationalis sive logica (1732) 3 parte, 3 sec., cap. 6,7. 
[8] J.A. Chladenius, Einl. Zur richtigen Auslegung vernunftiger Reden und Schriften (1742 –reinpr. 1970)